Juan Martínez ha desarrollado la mayor parte de su carrera en Suiza.
TRAYECTORIA ARTÍSTICA
NOTAS BIOGRÁFICAS
EXTRANJERO EN SU PROPIO PAÍS
Hace más de 20 años, en una galería de arte madrileña, tuve la oportunidad de acudir con mi padre (J. J. Megino) a ver una exposición de este extraordinario pintor de fama mundial nacido en nuestro pueblo. Su arte moderno y expresivo me impactó sobre todo al estar sus obras junto a las de otros famosos como Saura y Miró. Durante varios años he preguntado a gente de Navas sobre este personaje y nadie sabía de él, por eso aporto esta información para que sea conocido en su pueblo natal.
Juan Martínez nació en Navas de San Juan (Jaén) en 1942. De niño dejó los camposolivareros andaluces y se trasladó con su familia a Cataluña, estudió arquitectura en Barcelona pero acabó en Searclens (Suiza) centrándose en la pintura. Él mismo dice sentirse hijo del desarraigo. Creció artísticamente en Centroeuropa y, de hecho, es más conocido en Suiza y Alemania que en su tierra natal, en la que de vez en cuando desembarca con su obra, porque se resiste a ser extranjero en su propia tierra. Desde su primera exposición en Ginebra, en 1967, su obra está presente enrelevantes museos de pintura moderna: Beaux-Arts (Ginebra), Arte Contemporáneo (Madrid), Guggenheim (Nueva York), Budapest, Pittsburg (Pensylvania), etc., además de recorrer importantes galerías europeas o americanas.
Carlos Fuentes dice que Juan Martínez es el mejor pintor español de su generación. El escritor afirma que en las pinturas de Martínez está la banalidad de lo inmediato y la desolación de lo existente. Hay en sus gentes vacío y tensión.
Su residencia en Centroeuropa tal vez haya sido determinante para darle a su obra unos matices expresionistas, un expresionismo de raíz germánica, que se ha enriquecido con una concepción dramática de la existencia que se puede rastrear en gentes tan alejadas como Saura, Goya o Valdes Leal.
Pese a su inmensa calidad, y al hecho de que tenga obra colgada en el Guggenheim de Nueva York, en el Museum of Arts de Pittsburg(Pensylvania) o en muchos grandes museos de Europa, Juan Martínez es relativamente desconocido en su propio país. Su última exposición en Madrid, en la galería Amparo Gamir, en abril de 2004, reúne una gavilla de obras realizadas desde el año 2000 hasta la actualidad, en las que se puede observar claramente un altísimo valor pictórico y una notable coherencia temática.
Carlos Megino Malo
Textos
Los gritos sólo son audibles para los que
saben mirar.
Esta
obra del pintor Juan Martínez se titula
"Algunos no cuentan". Miro
los rostros, los descubiertos y los tachados.
Intento adivinar en sus miradas por qué
unos cuentan y otros no cuentan.
Y los que sí cuentan hasta qué
punto lo hacen. Te invito a que contemples
con calma durante treinta segundos esta imagen.
Detente en cada uno de los rostros. También
en los tachados. Sobre todo en los tachados.
Juan Martínez nació en Navas
de San Juan (Jaén) en 1942. De niño
emigró con su familia a Cataluña,
estudió arquitectura en Barcelona y
se marchó a pintar a Searclens, en
Suiza. Élmismo dice sentirse hijo
del desarraigo. Desde su primera exposición
en Ginebra, en 1967, su obra está presente
en relevantes museos de pintura moderna: Beaux-Arts
(Ginebra), Arte Contemporáneo (Madrid),
Guggenheim (Nueva York), Budapest, Pittsburg
(Pensylvania), etc., además de recorrer
importantes galerías europeas o americanas.
Es difícil quedarse indiferente ante la
obra de Juan Martínez. El escritor
Carlos Fuentes afirma que "en las pinturas
de Martínez está la banalidad
de lo inmediato y la desolación de
lo existente. Hay en sus gentes vacío
y tensión". Sus recursos son letras,
escaleras, cruces, graffiti, guirnaldas, tulipanes,
el blanco, el negro, el rojo.
"Yo
no empleaba el verde, que me dominaba; me
atrae el rojo que me quema, el amarillo,
que me excita, el negro que me acompaña
y el blanco, que me espera."
Y, sobre todo, los rostros. Seres que gritan
y nadie los oye, porque sus "gritos sólo
son audibles para los que saben mirar".
Rostros tristes, compungidos, solitarios.
Mirando
los rostros de Martínez, atenazados
algunos por el miedo enorme que incluso les
impide el llanto, me pregunto quién
no cuenta. No serán las personas, sino
las actitudes lo que sobra. Sobra el miedo,
sobra la tensión que oprime y la impotencia
incluso para el grito. Sobra la prepotencia,
la estupidez, el desarraigo, la indiferencia.
Quizás
sería mejor buscar qué nos falta.
Tal vez lo que nos falta es saber mirar, para
escuchar los gritos.
El
palomo sobrevuela sobre esos rostros, sobre
la gente que no cuenta, sobre la que grita
en silencio, sobre la que no puede ni llorar
de miedo. Observa los ojos y las miradas,
los gestos, los silencios. Descubre, sobre
todo, soledad. El palomo, en su vuelo, intenta
aprender a mirar.
Al principio del artículo te invitaba
a contemplar durante treinta segundos "Algunos
no cuentan". Ahora me atrevo a preguntarte:
¿Sentiste algo?.
VÁNITAS
Juan
Martínez es hijo del desarraigo. Acuciada
por la necesidad, la familia del pintor dejó
los campos olivareros andaluces y se trasladó
a Cataluña, cuando Juan Martínez era
aún un bebé. En Cataluña Martínez
hizo estudios de arquitectura, pero acabó
en Suiza, centrándose en la pintura.
Carlos
Fuentes dice que Juan Martínez es el mejor
pintor español de su generación. El
escritor afirma que en las pinturas de Martínez
está la banalidad de lo inmediato y la desolación
de lo existente. Hay en sus gentes vacío
y tensión.
La
muerte está en sus cuadros. A veces, el espectador
puede pensar que el artista reinterpreta, en clave
de modernidad, las antiguas “vanitas”,
aquellas composiciones pictóricas encaminadas
a representar la fugacidad de la existencia y la
ineluctabilidad de la muerte, temática querida
por diversos autores holandeses y españoles
del XVII.
Martínez,
con sus máscaras y rostros esta apuntado
también a la vacuidad de la vida terrena,
a la futilidad de una existencia que está
destinada a la muerte. No está de más
recordar que “vanitas”, en latín
tenía la significación de vacío.
Dice
Calvo Serraller. “El ansia existencial que
de siempre ha impulsado el profundo pozo psíquico
de Juan Martínez no deja naturalmente de
mostrarse también aquí y ahora, devolviendo
al artista a sus negros fueros españoles,
de Goya en adelante. Me refiero a ese negativo de
todo rostro, del que ni siquiera se libra la máscara:
el de la muerte. No hace falta a este respecto subrayar
el obvio sentido funerario de las máscaras,
sino el espectral corte de calavera con que sintetiza
Martínez el destino humano. Este corte o
patrón conminatorio cobra, no obstante, una
mayor y más vigorosa pujanza al ser tratado
por Juan Martínez con la sumaria ligereza
de una silueta, que se enreda, a veces, con la danzarina
fragancia de una cartilla caligráfica, o,
en otras, como un simple recortable, horadado o
maculado con negros lunares, que refulgen sobre
la superficie de la tela con los simplificados signos
de un “comic” de la muerte, atravesado
por bandas de luces nocturnas o diurnas, en azules
y amarillos”.
MÁSCARAS
Y GRITOS
Ciertamente,
abundan las máscaras en su pintura. “La
máscara –dice el pintor- es una autoprotección
que permite exteriorizar algo que no se haría
sin ella. Sin máscara tememos que se nos
reconozca con nuestro propio cuerpo, nuestra propia
piel, y se nos dañe. En la máscara
hay autoprotección y expresión. A
la vez.”
También
abundan unos rostros que asoman desde sus cuadros
con una mirada impávida e inquietante. Desde
la época de los noventa reiteró la
visión de un personaje que mira al espectador
desde un hueco definido por un plano alargado rectangular.
Son lo que él llama “los acechos”.
¿Acusa este personaje a alguien con su mirada?
¿Grita en silencio? “En realidad, pienso
que no gritan los seres que hay en mis cuadros,
más bien piensan y por eso adquieren ese
aspecto fuera de todo lo normal”... “Mis
personajes no son parte de clases ni mitos. Son
la masa, el pueblo”, dice Martínez.
Y
hay soledad en sus cuadros.”No invento nada.
Miro alrededor y veo que el hombre nace, se mueve
y muere solo”. En un mundo reacio a ver el
drama, Juan Martínez, lo refriega por el
rostro del espectador, con dramatismo, pero con
delicadeza estética similar a la que tuvo
hace siglos Calderón de la Barca cuando escribió:
“Estas
que fueron pompas y alegría
despertando al albor de la mañana
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría...”
Tomás
Alvarez
Afincado
en Suiza desde los años sesenta, pero sin
renunciar a mostrar regularmente su obra en España,
Juan Martínez (Navas de San Juan, Jaén,
1942) es una especie de exiliado voluntario, en
cierto modo también un transterrado que únicamente
reconoce su propio cuerpo como su verdadero territorio,
dando pruebas con ello de su insobornable libertad
e independencia. Preocupado desde siempre por la
condición humana, los inquietantes rostros
que aparecen en sus lienzos, distribuidos azarosamente
como si fueran patrones recortados e injertados
sobre un fondo de color, no pretenden reflejar su
sufrimiento personal ni sus conflictos interiores,
sino la ausencia, la falta de presencia ética
y moral de las personas, aunque lo estén
físicamente. Este fondo existencial que hay
en su obra emana de su capacidad de observación,
de la desolación que de manera inevitable
detecta en el mundo que le ha tocado vivir, lo que
viene a explicar su reciente reflexión sobre
la vanidad y el vacío.
Con
un lenguaje que supone una asimilación muy
original del legado del arte del siglo veinte, lo
primero que llama la atención es el contraste
entre las formas esquemáticas y geométricas
que pueblan por doquier sus composiciones, y esa
otra figuración mucho más construida
de los rostros que pinta, elaborados con una pasta
pictórica densa, unitaria, que ofrece lejanas
evocaciones del último Malévich, el
que se adentró por los enigmáticos
vericuetos de un intenso misticismo. Pero también
hay en Juan Martínez huellas de su admiración
por la síntesis suprematista, sobre todo
cuando pinta rectángulos de color plano,
contraponiendo el negro y el rojo. Él mismo
ha dicho en más de una ocasión que
los colores básicos de su pintura son el
negro y el blanco, que la realidad transcurre con
ellos dos, que le da miedo quedar atrapado por los
demás colores, especialmente por el verde.
Pero lo cierto es que una de las obras más
logradas de la muestra, que reúne unos treinta
acrílicos realizados en los últimos
cuatro años, es precisamente Hombre en verde,
un espléndido cuadro que resume muy bien
la soledad y el desvalimiento del individuo: una
cabeza que es un perfecto óvalo, con los
ojos cerrados, imagen de la muerte, depositada sobre
un yermo paisaje verde sobre el que se cierne un
altísimo cielo asimismo en un tono verde
profundo, que simboliza de algún modo el
vacío, la angustia, la completa carencia
de asideros a la que tiene que hacer frente el hombre-masa
de hoy en día.
Porque,
como escribía Francisco Chaves en un poético
texto a propósito de una exposición
pretérita de Juan Martínez, en las
figuras de este autor «se expone la ausencia,
haber sido... un rostro; se expone el anonimato,
se expone el rostro de la masa, pero se expone angustiosamente
ignorante», con una ignorancia «grave»
más que «seria», como se desprende
de una de las frases más reveladoras del
pintor jiennense: «Nada de lo que he dicho
es serio; pero tal vez sea grave». Es una
gravedad que entronca con la tradición de
la pintura española, aunque en las piezas
exhibidas ahora se adviertan principalmente ecos
de la serie de cabezas en homenaje a Julio González
que hiciera Canogar a principios de los noventa,
así como rastros de las vanitas del austero
Luis Fernández, también un pintor
que sentía predilección por los grises.
En cualquier caso, esta enjundiosa muestra viene
a corroborar que estamos ante un notable pintor,
en la plenitud de sus facultades, y al que sólo
le interesa el destino y la verdad que se esconde
detrás de todo semblante anónimo.
La pintura reflexiva de Juan Martínez se expone en Cajasol
El autor jiennense muestra lienzos y obra sobre papel con una gran profundidad filosófica
B. Ortiz / Diario de Sevilla |
El creador jiennense Juan Martínez muestra desde mañana en el Centro Cultural Cajasol una pintura reflexiva en la que, sirviéndose de un imaginario en el que abundan símbolos como calaveras, máscaras y cerillas a medio consumir, el autor plasma sus interrogantes sobre la vida. Como sostiene Antonio Cáceres, director del centro, "la obra de Juan Martínez nos pregunta, invita a un diálogo íntimo. Hay que ver esta exposición con una música que es el silencio. Es muy rica en claves".
Aunque "no es una pintura fácil, porque es una obra que exige muchas lecturas", el comisario José Soto quería "producir una especie de emoción en la primera mirada pública" con la selección que ha hecho, compuesta por 23 lienzos y una serie de obra sobre papel.
Martínez, que se define a sí mismo como "hijo del desarraigo" debido a su residencia en Suiza, confiesa su admiración por la filosofía de Nietzsche, "que es complicada pero más rica", y percibe sus cuadros como "pensamiento pintado". La carga de profundidad de sus lienzos se advierte en títulos como Deformación del signo, El vacío circular o Pastel de vanidades.
Del jiennense, José Manuel Caballero Bonald ha afirmado que "si uno de los esenciales objetivos del arte es proporcionarnos una enriquecedora versión de la experiencia del artista, Juan Martínez ha conseguido lo más ineludible: traspasar justamente al lenguaje de la pintura el lenguaje de la experiencia personal". Creaciones de Martínez forman parte de importantes colecciones como las del Guggenheim de Nueva York y el Museo de Bellas Artes de Génova.
"Aún así. Pinturas de Juan Martínez". Centro Cultural Cajasol (Laraña, 4) Sevilla . Hasta el 5 de enero de 2008.
http://www.diariodesevilla.es/article/