TRAYECTORIA ARTÍSTICA
Ingresa
en la Escuela de Peritos Industriales, sin abandonar
sus estudios de Bellas Artes. En 1958 termina el
Peritaje Industrial. En 1959 obtiene el Primer Premio
de la Exposición Nacional de Bellas Artes
celebrada En Jaén. En 1960 es pensionado
por la Diputación y Ayuntamiento de Jaén,
conjuntamente, para realizar estudios durante el
mencionado año, en Roma. En 1961 viajó
a Paris para ampliación de estudios, relacionándose
con los artistas de la Capital del Sena.
Desde
esta fecha instala su estudio en Jaén y con
posterioridad en Granada. Ha realizado exposiciones
en Madrid, Valencia, Barcelona, Bilbao etc.
COMIENZOS
Alfonso Parras, siendo niño, comenzó a sentir gran pasión por el dibujo y la pintura. Y desde sus inicios siguió la línea del que fue creador de la llamada "Escuela paisajística jiennense", José Nogué Masó (Santa Coloma de Queraít (Tarragona), I888O- Huelva, 1973).
Parras desde su juventud se dedicó a recorrer los rincones bañados de luces transparentes de la Ciudad y Sierra de la sin par Cazorla, que tanto monta.
Porque Cazorla es reina del amor y los vesos del viento.
Es la reina de las cumbres y guáda en su seno el misterio del agua, que entre las frondas se hace río cuajado de armonías.
Junto a la retadora Peña de los Halcones, que con el cielo mide su estatura, discurre el pequeño caudal de El Cerezuelo, breve como un suspiro, pero que deja a su paso la impronta de su gracia escondida, que se traduce en jardines, que son remansos de fragancia que embalsaman los infinitos reflejos de las tardes.
En Cazorla, Alfonso, se extasía contemplando los verdes infinitos atalayando el cárdeno fulgor del horizonte.
Porque Cazorla, es un varandal para gozar paisajes, paisajes que ha captado como nadie la luminosa y transparente paleta del pintor torrecampeño.
Pues Alfonso nació en ese precioso pueblo de la Provincia de Jaén.
Hubo épocas que nuestro pintor, con su cuaderno de apuntes, y el pequeño caballete de campo se perdía por los barrios cazorleños piedras arriba: La Hoz, El Castillo o las Peñas del Rey buscando amaneceres para captar su luz, y, en otras ocasiones, los crepúsculos de rosados matices.
u olvidado de la existencia del reloj gozar de las noches perfumadas y el silencio preciso, por la calle de las Monjas o el Arco de Caldereros, donde el jazmín y el nardo aprenden su blancura de las calles que enjalbegan las tapias y fachadas.
Y marinero de altura. Alfonso se perdía por el mar de la sierra cazorleña bosquejando los encuadres más bellos de este grandioso retablo de verdes matices donde cada árbol ofrece un tono diferente: enebros, encinas, robles, madroños y la gama de las coniferas que hacen de esta sierra un mundo diferente. Donde las violetas crecen en cofres de romero y corren las lagartijas como joyas vivientes.
“
Cuando el paisaje es un trozo de verdad y de vida
sin más aditamentos, podemos dejar suelta
la fantasía para que pasee por él
o trepe alegremente por los árboles.
Lástima
que la cal, el hierro forjado y el ladrillo, den
paso a una civilización de pintura plastificada,
aluminio y cemento, que va borrando todo lo auténticamente
nuestro; esa personalidad que caracteriza a toda
ciudad, según la calidad de sus artesanos
y que al perderlos, se ha despersonificado el paisaje
urbano, hoy común en todas las ciudades,.
Tan solo los artistas, con su testimonio, ponen
un grito de protesta para seguir luchando por aquello
que no quieren que muera.
Quiero
que estos cuadros que hoy cuelgo, sea una exposición
testimonial de temas de Cazorla y La Iruela, que
dentro de unos años, tal como va el ritmo
de vida, habra dejado de ser. ”
ALFONSO PARRAS VILCHEZ